Corinne ataca de nuevo
Un inquietante ensayo sobre la obscenidad como reverso del arte, por la autora de Buenos días, pereza.
Lo obsceno
Corinne Maier
Nueva Visión
92 páginas
¿Qué es lo obsceno? Pocas palabras tan inquietantes y esquivas, tan rebeldes a dejarse atrapar por categorías estéticas, filosóficas o sociológicas. Aquello que irrumpe tras los avatares del erotismo, la pornografía o la muerte, pero que siempre se desvanece antes de develar su misterio. Si, como dice Henry Miller, hablar de lo obsceno es casi tan difícil como hablar de Dios, nadie mejor que la psicoanalista Corinne Maier para animarse a emprender un viaje hacia el más inestable y perturbador de los conceptos. Lo obsceno, aquello que por definición queda fuera de escena, que no puede ser mostrado; pero que a la vez, como un fragmento de noche, nos habita irremediablemente suscitando tanta extrañeza como fascinación.
Pues bien: a ajustarse los cinturones porque la propuesta de la autora que en Buenos días, pereza supo cargar contra el mundo empresarial con una suerte de manual para resistir a la corporación desde adentro (y de paso fue el libro más vendido en Francia el año pasado y convirtió a su autora en millonaria), no podría ser más vertiginosa. Haciendo base en el psicoanálisis de Freud y Lacan pero persiguiendo las huellas de Bataille, Barthes, Deleuze y Derrida, Maier conduce un periplo de sólo 90 páginas donde cada estación resulta más extraña, sorprendente y aguda que la anterior. ¿El destino? Arrancar el concepto de lo obsceno de los oscuros traspatios de la sospecha para reencontrarlo en el centro mismo del misterio del arte.
Dos advertencias fuera de pronóstico: eludir lo obsceno también puede ser de mal augurio –mientras el régimen nazi se empeñaba en prohibir la pornografía, forzó la realidad al punto de concretar la masacre más impensable–. Lo obsceno también puede manifestarse en lo “ultra visible”, en esa escandalosa voluntad de transparencia de la sociedad moderna donde todo debe ser mostrado, subrayado y expuesto bajo la tiranía de lo mismo.
De la repugnante visión que entrevió el mismísimo Freud en el fondo de la garganta de Irma a la disolución del cuerpo y el dolor de la carne pintadas por Francis Bacon, hasta el boquete de goces invertidos plantados por Sade en medio del siglo XX. De la disección de Gustave Flaubert, el señor negro de las palabras y uno de los primeros escritores considerados obscenos, a la secreta ambigüedad de los zapatos pintados por Van Gogh.
En cada escala, este librito tiene el poder de volverse más y más inquietante. Bordea la muerte pero también la belleza, siempre acechada por la corrupción. Es que para Maier lo obsceno no podría ser nunca un acto puro sino un intermediario: un medio entre lo real inaccesible y su imposible representación. ¿Y no es acaso ésta la función del arte? En un último y vertiginoso giro, Maier llega a destino: “Lo obsceno es al arte lo que Mr. Hyde a Doctor Jekyll: su envés, su doble oculto”. Y también una revelación acaso terrible: “La fascinación ante el arte es la misma que se experimenta ante los despojos del muerto”. Lo obsceno y el arte revelan así su más extraña filiación. Lo obsceno se vibra en lo inadmisible que habita el arte, se agazapa allí donde los contrarios se trastocan.
Un impecable ensayo donde Maier muestra cómo la erudición no conspira contra el placer de la escritura ni la lectura, sino que por el contrario las recorre, en una y otra dirección, del modo más gozoso e inquietante.
Blog del curso de Arte Escénico Tercer Año Nocturno docente Mariana Percovich EMAD 2010
Autor contemporáneo
“Un director se cree un héroe si consigue montar la obra de un autor contemporáneo en medio de seis títulos de Shakespeare, Chejov, Marivaux o Brecht. No es cierto que los autores que tienen cien, doscientos o trescientos años cuenten historias de hoy, por más que se puedan encontrar equivalencias. Yo soy el primero en admirar esos autores y en aprender de ellos. Pero aunque en nuestros tiempos no existan autores de su talla, pienso que es preferible montar a un autor contemporáneo con todos su defectos, que diez obras de Shakespeare. Nadie, y mucho menos los directores de escena, pueden decir que no existen autores. Lo único cierto es que no se les conoce, porque no se les representa. Llegar a estrenar un obra en condiciones aceptables es para un autor una suerte inaudita. ¿Cómo puede alguien pretender que los autores sean mejores, si nadie les pide nada ni se preocupa de sacar a luz lo mejor de que son capaces? Habría que decir que nuestros autores contemporáneos son, por lo menos, tan buenos como nuestros directores de escena.” Cita de Bernard Marie Koltés enviada por Gabriel Calderón.