Todos somos actores, todos espectadores, ya no hay teatro, el teatro está por todas partes, ya no hay reglas, cada uno representa su propio drama, improvisa sobre sus propios fantasmas... Esta obscenidad blanca, esta escalada de la transparencia, alcanza su cumbre con el hundimiento del escenario político. A partir del siglo XVIII, éste se moraliza y se vuelve serio. Es un lugar con un significado fundamental: el pueblo, la voluntad del pueblo, las contradicciones sociales, etc.
Ha de corresponder al ideal de una buena representación. Mientras que la vida política anterior, como la Corte, actuaba de un modo teatral, a base de juego y maquinaciones, desde este momento existe un espacio público y un sistema de representación (la ruptura se instala simultáneamente en el teatro con la separación del escenario y de la sala). Es el fin de una estética y el principio de una ética de lo político... Lo obsceno nace fuera del escenario, en las tramoyas del sistema de representación. Primero es, pues, oscuro: es lo que derrota la transparencia del escenario como lo inconsciente y lo inhibido derrotan la transparencia de la conciencia. (...) Tal es la obscenidad tradicional, la del inhibido sexual o social, de lo que no es representado ni representable. Para nosotros no es lo mismo: Hoy al contrario la obscenidad es la de la sobrerrepresentación. ( ... ) Al principio había el secreto, después hubo lo inhibido y luego hubo que jugar a la profundidad. Al fin hubo lo obsceno y fue la regla de juego de un universo sin apariencias ni profundidad -de un universo de la transparencia.
Blog del curso de Arte Escénico Tercer Año Nocturno docente Mariana Percovich EMAD 2010
Autor contemporáneo
“Un director se cree un héroe si consigue montar la obra de un autor contemporáneo en medio de seis títulos de Shakespeare, Chejov, Marivaux o Brecht. No es cierto que los autores que tienen cien, doscientos o trescientos años cuenten historias de hoy, por más que se puedan encontrar equivalencias. Yo soy el primero en admirar esos autores y en aprender de ellos. Pero aunque en nuestros tiempos no existan autores de su talla, pienso que es preferible montar a un autor contemporáneo con todos su defectos, que diez obras de Shakespeare. Nadie, y mucho menos los directores de escena, pueden decir que no existen autores. Lo único cierto es que no se les conoce, porque no se les representa. Llegar a estrenar un obra en condiciones aceptables es para un autor una suerte inaudita. ¿Cómo puede alguien pretender que los autores sean mejores, si nadie les pide nada ni se preocupa de sacar a luz lo mejor de que son capaces? Habría que decir que nuestros autores contemporáneos son, por lo menos, tan buenos como nuestros directores de escena.” Cita de Bernard Marie Koltés enviada por Gabriel Calderón.