
“El arte puede ser cualquier cosa hoy día: ya no tiene que cumplir papeles establecidos, y en algunos casos tiende a disolverse en la vida cotidiana y el activismo social y cultural”
Gerardo Mosquera
Tras el corte epistemológico introducido por la eclosión del arte pop, el minimalismo y el conceptualismo en los años 60, el arte contemporáneo se volvió más presentacional que representacional. En cierto modo se convirtió en “una cosa”, no en el sentido de un objeto, ni sólo en el de construir una “nueva realidad” dentro de la línea del concretismo, sino en el usado por Duchamp para referirse a sus propias obras, que desenfatizaban las funciones tradicionales del arte y su aura. Los artificios de la representación fueron puestos bajo escrutinio, la simbolización perdió importancia, y el “es sólo lo que ves” de Stella penetró las prácticas postminimalistas. Mientras, las ideas, la reflexión sobre el lenguaje, así como los procesos, las situaciones y las orientaciones de carácter relacional prevalecían en el arte a escala global.
Obviamente, la narración también fue afectada, aunque nunca desapareció. Representar y narrar, dos funciones principales del arte a lo largo de su historia, fueron desplazadas por la amplia envergadura metodológica, morfológica, relacional y hi-tech que el arte adquirió.
El arte puede ser cualquier cosa hoy día: ya no tiene que cumplir papeles establecidos, y, en algunos casos tiende a disolverse en la vida cotidiana y el activismo social y cultural. El término “narrativa”, paradójicamente, se usa ampliamente en la jerga del arte, tomado de la teoría postestructuralista. Pero refiere más a ciertos marcos de sentido, valor e ideología que a relatos reales articulados en las obras de arte.
Sin embargo, la proliferación del video y su impacto extraordinario en la vida de hoy han empujado en la dirección opuesta. El componente tiempo del vídeo y sus posibilidades documentales han contribuido a volver a lanzar la narración. Por otro lado, la deconstrucción de la narrativa, derivada de toda la crítica a la que ha sido sometida la representación, ha estimulado nuevos experimentos críticos con ella. Al final, toda deconstrucción es una auto-deconstrucción, y también un estímulo.
Muchos artistas – de Kara Walter a Vibeke Tandberg a Aernout Mik – usan hoy una estructura narrativa que simultáneamente discute e incluso subvierte convenciones narrativas. Estos artistas tienen poéticas muy diferentes, y sus trabajos van de la instalación al video-performance y a la pintura, pero todos suelen compartir un deseo de narrar y a la vez desnarrar. Estas desnarraciones re-inventan la narración de maneras insospechadas, a la par que analizan los mecanismos internos de la narrativa. Sus obras cuentan historias muy diversas –algunas con contenido humorístico, otras perturbadoras-, pero su relato principal es la propia acción de narrar y sus implicaciones. No se trata de un nuevo ismo ni de un proceso consciente, programático o conceptualizado por los artistas; es, simplemente, una manera natural de tratar con significados complejos en sus trabajos. La desnarración ha devenido así en una línea – algo heterodoxa – dentro de la multiplicidad característica del arte contemporáneo.